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Es fácil incrementar las tasas de graduación, por ejemplo, bajando el nivel. Muchos estudiantes tienen dificultades con el nivel previo exigido en matemáticas y ciencias y con los idiomas extranjeros. Si se baja el nivel de exigencia en esas áreas, muchos más estudiantes completarán sus estudios. Sin embargo, si uno de los objetivos de nuestro sistema educativo es producir más científicos y tecnólogos en el contexto de la economía global, ¿qué sentido tiene eso?

También sería pan comido para las universidades incrementar los sueldos medios de sus antiguos alumnos.

Bastaría con reducir las carreras de humanidades y deshacerse de los departamentos de Educación y de Trabajo Social, ya que se ponen a hacer limpieza. Al fin y al cabo, los maestros y los trabajadores sociales ganan menos que los ingenieros, los químicos y los ingenieros de sistemas, aunque eso no significa que sean menos valiosos para la sociedad. Tampoco les costaría mucho reducir costes. Una idea que ya está ganando cierta popularidad es bajar el porcentaje de profesores titulares y sustituir a este personal tan caro cuando se jubila por docentes más baratos o profesores adjuntos. En ciertos departamentos de algunas universidades puede que tenga sentido hacer algo así, pero esto también tiene un precio. Los profesores titulares, en colaboración con los estudiantes de posgrado, impulsan importantes investigaciones y definen el nivel de sus departamentos, mientras que los profesores adjuntos, siempre con prisas, que quizá tengan que dar clases de cinco asignaturas diferentes en tres facultades distintas para poder pagar el alquiler, rara vez tienen el tiempo o la energía necesarios para hacer algo más que impartir una educación básica. Otra posible solución consistiría en eliminar puestos administrativos innecesarios, aunque esto es muy poco frecuente.

Felipe Muñoz Cañas @felipe